La batalla de Caseros marcó en 1852 el inicio del proceso que organizara definitivamente al Estado Nacional bajo el signo de un proyecto liberal, decidido a incorporar al país en el mercado mundial como exclusivo productor de materias primas. La palabra progreso será la clave de un monumental programa político que en tres décadas se consolida firmemente.
El triunfo de Buenos Aires y su modelo económico liberal calará profundamente luego de derrotada la Confederación en Pavón, mediante la captación de las principales elites provinciales y el aniquilamiento de las fuerzas contrarias a su idea de progreso: los caudillos provinciales, las montoneras y el indio.
Asegurar el orden, fortaleciendo con el aparato represivo al nuevo Estado, se entendía como condición necesaria para la formación de un mercado local, la posibilidad de inversiones extranjeras y la llegada de mano de obra europea calificada, desde una ideología racista para civilizar la nueva Nación.
Avanzado este proceso pero antes de su consolidación, José Hernández, escribe el Martín Fierro. ¿Qué tiene para decir en ese contexto este político convertido en poeta?
A primera vista se trata de una denuncia atronadora acerca del destino de los gauchos a merced de un Estado nuevo, poderoso y arbitrario. Hay quienes han encontrado en La Ida (1872) un espíritu rebelde e impugnatorio del orden social y en La Vuelta (1879) una invitación a la resignación en forma de consejos. A la vez, se ha asociado el contexto de producción como una adecuación a momentos políticos diferentes. En esta línea se ha interpretado también la voz de Hernández como la de aquellos propietarios rurales preocupados por la falta de mano de obra diestra, que producían las constantes levas y persecuciones a los gauchos, a los que se los sacaba de sus tareas para ir a defender -mal- la frontera.
En este sentido, el Martín Fierro tendría como discurso político una función correctiva al modelo vigente y no impugnatoria en su totalidad. Hernández compartiría el modelo económico productivo agro exportador, pero no el sistema social e ideológico que lo sustentaba. Está claro que en la dicotomía civilización-barbarie, el Martín Fierro demuestra que no es el gaucho el bárbaro, sino que por el contrario éste es dueño de una cultura más apropiada para el medio en que vive que la que pueden aportar los inmigrantes europeos. La figura del gringo a lo largo de la obra es patética y la del indio no es positiva, aunque Hernández escribe en septiembre de 1869, en el diario El Río de la Plata: “Nosotros no tenemos el derecho de expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo puede darnos derechos que se deriven de ella misma”. Lo contradictorio en Hernández es que, como el resignado Martín Fierro de La Vuelta, formará parte de la clase dirigente que llevó a cabo la limpieza étnica y la apropiación territorial sobre los pueblos originarios en 1879.

El Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires posee los originales del manuscrito de José Hernández sobre La Vuelta de Martín Fierro, que consta de seis cuadernillos. En estos pre-textos no figuran la payada con el Moreno ni los consejos paternales. Este fondo se completa con la primera edición impresa de 1879 y documentos correspondientes a José Hernández.